La Ciudad de México es una inagotable fuente de sorpresas para sus habitantes y para quienes la visitan. Un ejemplo es la zona arqueológica hallada dentro de la estación Pino Suárez de la Línea 2 del Sistema de Transporte Colectivo (Metro), una pirámide dedicada a la manifestación de Quetzalcóatl, pero como Ehécatl, la deidad prehispánica del viento.
Miles de usuarios de ese transporte deambulan todo el día, todos los días del año, y pasan frente a esa pirámide que es al mismo tiempo la zona arqueológica más pequeña de todo el país. Está a la vista de los usuarios del metro, y luce majestuosa y en perfecto estado de conservación en la entrada de la Línea 1, en el pasillo de correspondencia con la Línea 2.
Desde 1967, la construcción de las líneas del Metro se convirtió en un parteaguas en el quehacer arqueológico en el área urbana de la Ciudad de México, ya que por su extensión es posible tener acceso a información concerniente a diferentes momentos ambientales y culturales, que fueron la base sobre la que se levantó la metrópoli que ahora se conoce.
Del centro ceremonial “Pino Suárez” se tenían ya algunas referencias de su existencia, pero nunca fueron suficientemente comprobadas. Sin embargo, al realizarse las primeras excavaciones para la construcción de ese servicio de transporte colectivo, se descubrió y se ha estudiado parte de lo que fue, seguramente, un extenso centro ceremonial mexica.
La pirámide que hoy está a la vista de los millones de personas que utilizan el Metro cada año, se localiza en lo que fue el extremo sur de la ciudad prehispánica, en el límite de la isla, la cual fue agrandada en esa parte para ampliar el recinto, como lo demuestran las largas y profundas empalizadas clavadas en el suelo fangoso, usadas como cimientos.
El área que ocupa la “Pirámide del Metro”, como se le conoce popularmente se exploró entre 1967 y 1970 bajo la coordinación de los arqueólogos Jordi Gussinyer y Raúl Arana, cuyos estudios arrojan que el monumento tiene dimensiones de 10.70 metros por 7.60 metros por lado y 3.70 metros de altura y data del año 1400 a 1521 de la Era Cristiana.
Esta estructura fue parte de un amplio centro ceremonial mexica. Originalmente constaba de un patio de grandes proporciones, escalinatas en tres de sus lados, varios adoratorios colocados al centro, y cuartos habitacionales conectados entre sí por pasillos, canales y muros, que constituían un corredor desde la calzada de Iztapalapa hasta Tenochtitlan.
Ese centro ceremonial se componía de varias estructuras, con plataformas, adoratorios, y zona habitacional. Dentro de ellas, se localizaron varias superposiciones, que en la mayor parte de los edificios llegan a seis, con el mismo plan de distribución de los edificios. Las últimas estructuras corresponden, seguramente, a la época en que llegaron los españoles.
En este conjunto, Quetzalcóatl se presenta como Ehécatl: una imagen humana masculina, con máscara roja de ave con pico sobresaliente, ocasionalmente con colmillos y barba escasa. Una de las misiones encomendadas a este dios fue ser precursor de la lluvia. Su imponente soplo barría los cielos, los campos y los caminos, provocando la vital lluvia.
Al mismo tiempo dejaba la tierra lista para la fertilidad y cuando el dios hacía sentir su presencia, provocaba fuertes vientos que causaban temor en las casas, en los bosques y en la selva, a la vez que derribaba árboles y causaba grandes tolvaneras. La presencia de Ehécatl en el panteón de deidades mexicas, se debe principalmente a dos grandes dioses.
Ellos son Ometecuhtli (Señor Dos) y Omecíhuatl (Señora Dos), quienes procrearon cuatro hijos: Tezcatlipoca rojo, Tezcatlipoca negro, Quetzalcóatl y Huitzilopochtli, con sus respectivas advocaciones, además de otros dioses como Tláloc, Mictlantecuhtli, Xiuhtecuhtli, Mayahuel y Macuixóchitl, de acuerdo con la mitología prehispánica.
El adoratorio cuenta con cuatro etapas constructivas, es de base circular y en su parte superior debió ir colocada la imagen de la deidad, como lo explicó en su momento el arqueólogo Raúl Barrera Rodríguez. En su advocación de Quetzalcóatl, a Ehécatl se le hacía fiesta en la veintena Etzalcualiztli, y el feliz pueblo le llevaba flores y adornos.
La pirámide de Ehécatl puede ser admirada por 60 millones de personas al año, cifra 20 veces mayor a la de visitantes que acuden a la zona arqueológica de Teotihuacán. Ocupa apenas 88 metros cuadrados y admirarla de cerca no cuenta más que el boleto de acceso al Metro, y se puede admirar desde la calle, pues se adecuó un mirador también gratuito.