viernes, noviembre 22, 2024
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TRES PÉRDIDAS PARA LAS GRANDES GANANCIAS DE HOY

Las maravillas del mundo actual, fincadas en un sinfín de opciones tecnológicas, no dejan de asombrar. Sorprende la velocidad a la que viaja un mensaje, las opciones de interconexión, las conexiones colectivas, las de audio y las de video. Pasma lo que se puede ver en directo, a través de cualquier pantalla, así se encuentre en el otro lado del planeta, orbitando la Tierra, en Marte o en tránsito por la vía láctea. Deja atónito cuántos y cuáles servicios pueden pagarse a distancia, las aplicaciones bancarias, y aun los sitios donde pueden arreglarse citas (de la índole que sean).

Frente al asombro ocasionado por esas maravillas es indispensable colocar los prodigios de otrora que, en correlación con la circunstancia en que fueron procreados, contaban con no poco mérito además de utilidad social. Tres de ellos en particular, para esta nota (hay muchos más, por supuesto), sucumbieron con el correr del tiempo y el desarrollo de la tecnología: la biblioteca, la tienda de discos y el cine. Los tres caben hoy en un solo aparato, cuando en otro tiempo eran ámbitos a los que había de dirigirse quien quisiera consultar un libro, comprar un disco o ver una película. 

Que hoy es mejor contar con todo eso en una PC, una lap-top, una tableta o un teléfono celular (además de otras formas de entretenimiento e información), nadie lo duda. Lo interesante estriba sin embargo en el rejuego vital que ocasionaba salir de casa, en el anhelo que suscitaba lo desconocido o inalcanzable. La biblioteca era la opción para quienes no tenían posibilidad de adquirir un acervo desmesurado o especializado; la tienda de discos era un almacén de novedades musicales, a veces inabarcable en las estanterías que se renovaban cada tanto en el mes; el cine constituía un espacio particular: sala oscura para el amor envuelto en sombras de la realidad, ámbito en que seducía la fábrica de sueños con sus historias y figurines del star system. 

(Fotografía de sala de cine: De Jorge Simonet – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=68317254; Fotografía de la biblioteca: De Umbe11 – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=107125617).

Podrá decirse por ejemplo que la biblioteca salvó a muchos de no completar su carrera al poner a disposición libros que no todos los estudiantes podían comprar. También podrá decirse que entre sus muros tuvieron lugar innúmeras conversaciones, pues quien asistía podía escuchar con los ojos a los muertos. ¡Cómo negar el descubrimiento del mundo editorial, cuyos productos daban cuenta del buen gusto gráfico! Lo que fue posible descubrir en términos de autores, de opciones de edición, de refinamientos o carencia de destreza en la impresión. El soberano placer de hojear estas o aquellas páginas, de captar el perfume del libro viejo, de recordar datos o versos formidables que acabaron perdidos en el discurrir del tiempo.

La tienda de discos quedaba al paso en las calles del centro, cuando los discos tenían presencia en todas las casas, en aquellas magníficas consolas, majestuosas en las salas, antecesoras de las equipos modulares, por demás revolucionarios en la búsqueda de un mejor sonido. Metidos en exhibidores, los discos de vinilo LP (que giraba a 33 rpm) o Sencillos (a 45 rpm), descollaban por el colorido de sus portadas, por la rareza de su contenido, por lo costoso si se trataba de un disco en voga o de alguna marca en especial, o por lo extravagante de su título. Ahí está el famoso disco de Gilbert Becaud, Et Maintenant, que alguna disquera “tradujo” como El mantenón para venderlo con mayor facilidad. No era difícil que el sábado pasaran familias enteras a ver qué disco llevarse en su paseo de fin de semana, o que el domingo luego de la misa y la compra en el mercado se hiciera un alto para mirar las novedades. 

El cine llegó a ser un ritual de familia. Los domingos el patio de butacas olía a naranjas, a guisado de hogar, olores que se mezclaban con las voces en bajo volumen pidiendo a un hijo o a un hermano pasar la porción de comida al hermano ó progenitor que estaba al lado, esto hecho sin perder detalle a lo que sucedía en la pantalla. En la fila de la taquilla era infaltable la bolsa tejida de plástico con los recipientes de comida. El cine era algo parecido a un día de campo, solo que sin campo, además a oscuras. La función habitual incluía dos películas y había permanencia voluntaria para quedarse a ver el pedazo de película que faltó cuando al llegar ésta ya había comenzado. Mientras se exhibía la película, en la barra trasera se distinguían varios puntos rojos: los hombres adultos se paraban a fumar en ese sitio permitido. Solo con el paso del tiempo, la función cine fue acotándose hasta llegar a ser el sitio especializado donde se ve una película. 

En los tres casos, la biblioteca, la tienda de discos y el cine, hubo modificaciones dictadas por las nuevas condiciones de la vida y del mercado, por el incremento de la población y la variación de sus gustos, por las presiones de otras modalidades expresivas y de consulta/propagación de información. Hoy es impensable un mundo sin computadoras ni celulares ni aplicaciones. Pero hubo un tiempo en que sí existió, un tiempo en que el papel, el vinilo y el celuloide tenían señorío y eran respetables, un tiempo en que era posible y plausible aguardar a que vinieran las novedades, un tiempo en que las relaciones interpersonales predominaban: el call center solo existía en algunas películas, el autoservicio era propio del supermercado, la tarjeta de crédito solo de unos pocos. 

(Usuarios en una biblioteca: Fotografía del IEC; Clientes en una tienda de discos: Fotografía: De Jahidalgoaloy – Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=48487780).

Sobre todo eso: relaciones interpersonales: un cruce de palabras, brindar o recibir atenciones, preguntar a alguien, hacerse conocido de ese alguien, conocer gente en una fila, compartir los gustos o las necesidades con otros estudiantes. Era posible saber el nombre de los bibliotecarios, la discoteca tenía identidad, el cine estaba asociado a hechos o personas de la ciudad misma. Se era extraño de la demás gente, pero quizá no tan extraño porque se participaba de un mismo tiempo y a veces se compartía el espacio. Como fuera, la nota dominante era la limitación: había lo que había, y no existía modo de remontar ese hecho. Con todo y eso, la percepción dominante no era de lo restrictivo, al parecer lo que había era suficiente para darle vuelo al vivir. Así que se miraba con esperanza el segmento de cortos anunciando lo venidero y se leía con atención el letrero en la discoteca avisando cuándo llegaría la canción de moda. 

Hoy se puede aprovechar el acceso ilimitado a libros, discos (ahora en su vertiente genérica de “música”) y películas a través de un solo dispositivo. La tecnología ha hecho maravillas en su desarrollo. Por desgracia en este camino ha habido pérdidas. Ahí están tres, entre otras. Sin embargo la pérdida mayor, en este tránsito, ha sido una debatible mutación: se cambió lo que la gente hacía con la gente por lo que la autosuficiencia de cada persona puede conseguir. Lo que la gente hacía con la gente viene a ser, sin duda, la mayor pérdida de las grandes y maravillosas ganancias actuales.

Jorge Olmos Fuentes
Jorge Olmos Fuentes
(Irapuato, Gto. 1963) Movido por conocer los afanes de las personas, se adentra en las pulsiones de su vivir a través de la expresión literaria, la formulación de preguntas, el impulso de la curiosidad, la admisión de lo que el azar añade al flujo de los días. Cada persona implica un límite traspuesto, cada vida trae consigo el esfuerzo consumado y un algo que debió dejarse en el camino. Ponerlas a descubierto es el propósito, donde quiera que la ocasión posibilite el encuentro. De ahí la necesidad de andar las calles, de reflexionar en voz alta para la radio, de condensar en el texto la amplitud vivencial.
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