viernes, septiembre 20, 2024
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LA AFORTUNADA OCURRENCIA DE PONER UN FARO EN LA MONTAÑA

Hecho como pieza de ornato, la gente ha optado por inventarle un origen legendario

Su localización en una ciudad a 2 000 metros sobre el nivel del mar es, por lo menos, insólita. ¿Qué hace un faro al borde de una montaña? Durante años, para muchos pobladores de Guanajuato fue un enigma esa construcción, que se observa sobre la cima de un cerro, desde los alrededores de la presa de la Olla, o mejor aún, desde la hermosa compuerta de la presa de San Renovato.

La construcción, en la cima de un cerro.

Actualmente es un popular destino de excursionistas. Un sendero bien señalado, con una pendiente bastante inclinada, permite acceder a la blanca torre desde el pequeño dique, el cual sirve de vaso regulador al caudal de agua, antes de que descienda al embalse mayor. También se puede llegar desde una vereda que pasa entre la comunidad de Calderones y el par de rocas en sorprendente equilibrio conocidas como Las Comadres.

Un letrero indica el inicio de la vereda al faro.

Aunque a la distancia se ve pequeño, en realidad el Faro tiene una altura de alrededor de siete metros. Hasta hace pocos años, contaba con una serie de escalones de metal por los que se podía ascender al círculo donde se ubica la linterna, pero los últimos peldaños fueron eliminados, a fin de evitar riesgos a los imprudentes, que nunca faltan. Una barandilla metálica, al borde del barranco, funciona como frágil protección para quienes desean admirar el hermoso panorama.

Detalle de la linterna.

Sobrevive también lo que probablemente fue la pieza donde se ubicaba el generador eléctrico, convertido en colorida galería grafitera y, tristemente, en improvisado —y maloliente— baño público. Desde sus mirillas circulares, los paisajes adquieren una perspectiva diferente. Todo el conjunto muestra un especial atractivo: el mirador circular, con el Faro con forma de torre de ajedrez en medio y el inmueble adjunto, rodeados de rocas y matorrales, frente a un paisaje encantador que combina presas, jardines, señoriales edificios, viejos caminos y montes agrestes.

La construcción donde estuvo el generador.

También es un área propicia a los derrumbes. Las colinas están formadas de porosa piedra caliza, que se deshace con facilidad al contacto con el agua y se fractura en delgadas vetas, por lo que en sus alrededores se establecieron en el pasado minas de cantera que han dejado excavaciones y cuevas en toda la zona. Asimismo, de cuando en cuando, se desprenden enormes rocas que se detienen en los arroyos y originan extrañas formaciones.

Grafiti, desde las ventanas.

Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿por qué existe ese faro en un sitio tan inusual? De acuerdo con las crónicas oficiales, se construyó el 25 de junio de 1938, como parte del programa de embellecimiento de la ciudad emprendido por el entonces presidente de la Junta de Administración Civil, Manuel Mendoza Albarrán, padre por cierto de la reconocida escritora guanajuatense María Luisa La China Mendoza, quien menciona la estructura en varias de sus obras.

Vista al cerro llamado “rostro de Cristo”.

Sin embargo, la población, poseedora de gran inventiva, ha urdido al menos tres originales relatos acerca de su origen. Uno señala que su luz servía como guía a los arrieros que transitaban por los caminos de la región, pues desde siglos atrás estos viajeros y comerciantes encendían fogatas en las cumbres de algunas montañas para evitar perderse durante las travesías nocturnas. Otra narración tiene a la nostalgia como estímulo, pues cuenta que un marino originario de Guanajuato, una vez retirado y de regreso al lugar donde nació, extrañaba tanto el ambiente marítimo, que mandó edificar un faro cerca de la presa, como alivio a su melancolía.

A la izquierda, la presa de la Olla, a la derecha, la de San Renovato.

Finalmente, existe una versión más romántica, en la que el protagonista es un amor ilícito. Se cuenta de un ex gobernador que tenía una amante, a la que visitaba de vez en cuando y que vivía por el mismo rumbo. Este político enamorado, con el fin de facilitar los subrepticios encuentros, ordenaba encender el Faro para avisar a su amada de su inminente visita. Una idea sin duda “brillante”.

Más allá de la historia oficial, lo cierto es que el Faro guanajuatense es tan inusitado que cautiva a propios y extraños, se ha convertido en un ícono de la ciudad y ha sido capaz de alimentar la fecunda imaginación de los habitantes para poder explicar su sorprendente presencia.

Los derrumbes han dejado huella.
Benjamin Segoviano
Benjamin Segoviano
Maestro de profesión, periodista de afición y vagabundo irredento. Lector compulsivo, que hace de la música popular un motivo de vida y tema de análisis, gusto del futbol, la cerveza, una buena plática y la noche, con nubes, luna o estrellas. Me atraen las ciudades, pueblos y paisajes de este complejo país, y considero que viajar por sus caminos es una experiencia formidable.
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